Un varón de 3 años de edad y seis meses, llegó a sala de emergencia con distrés respiratorio. Los médicos, luego de realizar los exámenes vitales rutinarios se dan cuenta que tiene una presión elevada de 129 sobre 65. Esto se creyó inicialmente un efecto secundario derivado de un medicamento recetado para tratar asma. Sin embargo, más adelante se descubrió que estaban equivocados.
Una vez tratan el problema respiratorio, el menor continúa con la presión elevada. Por ende, los médicos tratantes deciden referirlo a un cardiólogo pediátrico. “Cuando llega a oficina casi seis meses después, seguía la presión por las nubes, la tenía 145 sobre 90. En un tramo de siete o ocho meses comienzan a tantear medicamentos, porque a pesar de que aumentaban la cantidad de medicamentos y la dosis, el paciente continuaba con presión alta y deciden darle tres medicamentos Amlodipine, Atenolol y Hydrolysis por lo que las presiones lograron estabilizarse”, explicó Karina Cancel, estudiante de medicina de la Universidad de Puerto Rico.
Con este panorama: un menor bajo medicamentos hipertensivos, los galenos se preguntaron hasta qué punto puede llegar un paciente pediátrico con estos tratamientos que se dan en adultos.
A pesar de que hicieron las respectivas pruebas de laboratorios, todas las imágenes salían con resultado negativo. Posteriormente se somete a un método invasivo de arteriograma renal, en el que se halló que tenía una oclusión al 99% de la arteria renal derecha. Lo que presento en mi caso es que a pesar de que se trate de un paciente pediátrico debe ser considerado para este tipo de tratamiento”, enfatizó Cancel.
Este procedimiento nunca se había realizado anteriormente y en un tramo de nueve meses el paciente tiene presiones estables y se encuentra únicamente bajo dos medicamentos de hipertensión.
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